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Agilidad Estratégica: capacidad clave para la era de la incertidumbre

Agilidad estratégica

El cambio:

Constantemente se habla del cambio como un desafío para las personas y, en consecuencia, para las organizaciones. Basta con observar la realidad para evidenciar que el cambio no solo es constante sino cada vez más rápido.

Los expertos en gestión del cambio coinciden en decir que la respuesta está en la adaptación. Esta se logra mediante el desarrollo de la flexibilidad. La planificación estratégica, como parte vital de una organización, no puede abstraerse de este fenómeno.  Los planes no se diseñan para permanecer “grabados en piedra”, sino que deben evolucionar en un mundo no lineal.

Por otra parte, la estrategia requiere de herramientas que contribuyan a elevar su impacto y la tecnología las ofrece. La inteligencia de negocios soportada en herramientas tecnológicas evoluciona rápidamente ofreciendo alternativas para acelerar la respuesta organizacional a los cambios. 

Frente a una necesidad de cambio cultural: ¿Cuáles son los retos de los líderes para identificar las barreras culturales y desarrollar estrategias para permear las creencias tradicionales de las organizaciones que lideran e instalar a cambio una visión renovada que transforme a las personas?

Cada vez que se formulan preguntas como la escrita en el párrafo anterior, emergen las siguientes palabras: “Agilidad, flexibilidad y adaptabilidad”.

Cuando se habla de agilidad y flexibilidad como respuesta de adaptación al cambio. Se empieza por abordar la necesidad de modificar la cultura y forma de pensar de las personas que integran la organización. Con el fin de que con las nuevas formas de comportamiento se moldee la transformación cultural.

La agilidad:

La RAE, Real Academia Española, en su Diccionario “On Line” (https://dle.rae.es/ágil) define la palabra “Ágil” de las siguientes maneras:

  • Adj. Que se mueve con soltura y rapidez.
  • Adj. Dicho de un movimiento: Hábil y rápido.
  • Adj. Que actúa o se desarrolla con rapidez o prontitud. 

Al observar los tres conceptos como uno solo, se puede colegir que la agilidad consiste en actuar y realizar movimientos hábiles, rápidos y con prontitud.

La agilidad tiene como características: la habilidad de mantener el equilibrio. La habilidad de coordinar los movimientos. La capacidad de desarrollar velocidad para los movimientos. La capacidad de ejercer fuerza para vencer resistencias. La flexibilidad como capacidad de adaptarse a los diversos cambios.

Parecen conceptos relacionados con el deporte. Pero si se llevan al mundo empresarial, constituyen habilidades organizacionales imprescindibles en un mundo turbulento y disruptivo. Las organizaciones requieren mantener el equilibrio centrándose en su foco. Identificando lo que hacen mejor y desarrollando ventajas competitivas sostenibles para enfrentar los “golpes” del entorno. Ejercer coordinación como habilidad para alinear los equipos de trabajo y recursos de manera eficiente para ejecutar las estrategias planteadas y así responder a las necesidades del negocio. La velocidad como capacidad para responder rápidamente a lo inesperado cambiando el curso de los planes y tomando decisiones con velocidad y precisión; y la flexibilidad como capacidad organizacional para adaptarse a un mundo en el que las turbulencias son cada vez más frecuentes.

El mundo actual: cambiante, volátil, impredecible y turbulento es también conocido como mundo VUCA. Las organizaciones están cada vez más expuestas a esta clase de situaciones que demandan gran capacidad de adaptación.

La agilidad organizacional consiste en un cambio de “mindset”. En el que la cultura corporativa se enfoca en desarrollar un pensamiento flexible y adaptativo entre los miembros de la organización. Las corrientes clásicas de la administración introdujeron un proceso administrativo basado en funciones como planeación, ejecución y control. Estos postulados perduraron por décadas. Tiempo durante el cual el énfasis estaba en factores como la productividad, la optimización del trabajo, la calidad y la mejora continua.

El mundo cambió. Y eventos con repercusiones globales como la pandemia del COVID-19. Acentuaron un fenómeno que quizás no era reconocido explícitamente de manera simultánea en el mundo entero:

La incertidumbre:

Enfrentar lo desconocido siempre constituirá un desafío para el ser humano. Las situaciones poco estructuradas (desconocidas) y en las que la experiencia acumulada sirve de poco, se hacen más frecuentes. La necesidad de armonizar el ritmo de los cambios con el ritmo de las respuestas implica aprender a ser flexibles y adaptativos. El desafío de la era de la incertidumbre es avanzar en lo desconocido manteniendo el foco en los objetivos, sin descuidar el presente. Por lo que centrarse en lo esencial, en aquello que verdaderamente hará la diferencia, es vital para lograr resultados nunca antes vistos.

El desafío es grande. Pues centrarse en lo esencial requiere no ceder a la tentación de lanzarnos a desarrollar una gran cantidad de iniciativas que terminan por dispersar nuestra energía y capacidad.

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